Hombropárpado Manolóbulo
De tu hombro a mi mano hay media distancia que se dobla cuando tu párpado despierta y decides desaparecer. Entonces te esfumas y crees haberte marchado, de hecho lo haces, pero no te vas; Nos vamos.
Crees ir sola pero La Hormiga sigue ahí, recorriendo cada milímetro de tu tez. Cada pedacito de tu cuerpo comprendido entre mi mano y tu hombro, entre tu párpado y tu lóbulo.
Entonces duermes: Tratas de huir del mundo de las ideas y hospedarte en el universo de los sueños dónde los insectos nunca duermen y no cesan en su hormigueo. Entonces duermes.
Crees ir sola pero La Hormiga sigue ahí, recorriendo cada milímetro de tu tez. Cada pedacito de tu cuerpo comprendido entre mi mano y tu hombro, entre tu párpado y tu lóbulo.
Entonces duermes: Tratas de huir del mundo de las ideas y hospedarte en el universo de los sueños dónde los insectos nunca duermen y no cesan en su hormigueo. Entonces duermes.
Pero La Hormiga no lo hace.
Las Hormigas, cómo las calles, nunca duermen. Y ahí, en medio de semejante y tremebundo paisaje humano me quedo yo: sín saber a donde ir. Pero no me importa, con ello me basta, con la nada de tu aroma.
Las agujas no paran, las minuteras no se cansan y La Hormiga sigue ahí observando telarañas. El insecto tiene antojos: quién no? El insecto también.
Por mimetismo y tras surcar las texturas del camino cuya distancia se dobla cuando tu párpado despierta, llego allí dónde quería. No me ves pero ahí estoy, susurrándote sín que me oigas: Dónde penden artesanales esferas metálicas de tamaños dispares. Y me columpio por ellas una y otra vez, pero no te jactas, porque sigues en el mundo de los sueños dónde los insectos jamás cesan en su hormigueo.
Tras todo se asoma el señor Lorenzo y trae consigo Demasiada Sangre.